La Caravana Escuela

Lo que nos mueve

La Caravana Escuela

Lo que nos mueve

Vivir en Mérida, el Estado con las montañas más altas de Venezuela, y el comienzo de la cadena montañosa más larga del Planeta, nos hace parte de una geografía de altura, con sus costumbres, su gente y un modo particular de vincularse con la naturaleza. Aquí, en los Andes venezolanos, se trabaja la tierra de manera tradicional. Dada la inclinacion de las laderas cultivables, la mecanizacion no es posible, y la siembra y cosecha de hortalizas se hace de manera manual y con la ayuda de animales de trabajo: bueyes, mulas y caballos.

Aparte de modelar el modo de trabajar la tierra, los Andes son todo para nosotros los andinos. Dada la incómoda distancia que nos separa de las costas de nuestro hermoso Mar Caribe, subir y explorar estas montañas son nuestra manera de pasar el tiempo. Nos adentramos en los páramos en busca de tranquilidad, haciendo de las largas caminatas y acampadas nuestras vacaciones ideales. Allí tenemos contacto con la naturaleza, y los campesinos sus caballos y herramientas de trabajo se nos hacen familiares, así como las dificultades a las que se someten en sus jornadas de trabajo, a veces en condiciones desafiantes de frío, hielo y lluvia para generar el sustento a través de la siembra de la que todos dependemos.

La vida campesina es dura y simple: fuego, tierra, agua y trabajo con herramientas de mano, una fórmula de vida que data de hace miles de años y que casi no ha cambiado en estas tierras. Hace poco más de un siglo, la modernidad nos trajo la gasolina y la electricidad, que desplazaron progresivamente las herramientas manuales y las maneras tradicionales. Pronto las camionetas de carga  reemplazaron a las mulas y a los caballos, y luego se dejó de sembrar trigo para comprar harina importada… Pero en cierto momento de nuestra Historia reciente todo cambió, y estos elementos escasearon de manera alarmante, y de pronto la normalidad se convirtió en tragedia, dejando a nuestros campesinos y a sus cosechas a merced de la distancia. Nuevamente las mulas y los caballos se usaron para sacar las cosechas de las montañas pero, por la falta de herraduras, los cascos de los animales se gastaron con el asfalto y muchos caballos y mulas quedaron postrados, no comían, y murieron. Mientras decenas de hectareas sembradas de trigo no piudieron ser segadas antes de la temporada de lluvia por falta de hocez y se perdieron.

La Forja de hierro

Hace más de 5.000 años que el hombre forja el hierro. Primero forjó el hierro meteórico, las ‘piedras del cielo’ con las que fabricó sus primitivas armas. Luego aprendió a modelar a golpes de fuego y martillo la roca de hierro emergente de la tierra para obtener un metal más duro que el cobre y el bronce. El oficio de la forja evolucionó y, merced al hierro, se forjaron imperios y civilzaciones; lanzas, espadas y escudos para la guerra; sartenes, cuchillos y ollas para la cocina; palas, picos y azadones para la siembra; pistones, ruedas y rieles para los trenes; y, finalmente, puentes, edificios, rascacielos y megaestructuras… Al cabo, toda la civilización moderna está literalmente modelada sobre una armazón de hierro (Fe).

Paradójicamente, desde la oficina del rascacielos en la gran metrópoli (construida sobre estructuras de hierro), resulta fácil para el hombre moderno sentirse alejado de aquel herrero antiguo que a fuerza de martillo y sudor forjaba el hierro. Este escenario parece distante como si de una película de época se tratara. Pero para el campesino, capaz de manejar el fuego, con manos habiles y curtidas de trabajo, este oficio le resulta oportuno y viable, y comienza a marcar la diferencia entre la escasez y la abundancia, cuando recoge un pedazo de hierro oxidado y a fuerza de fuego y músculo lo transforma en una herramienta útil y valiosa para sembrar y proveer de alimentos a si mismo, su familia y al hombre de la oficina.

Con el tiempo, la palabra forja ha tomado un significado más amplio que su primitiva relación con el hierro: el carácter y el héroe se forjan, así como la libertad y el espirítu humano. Como es arriba es abajo, y el campesino que forja su herramienta, forja al mismo tiempo su carácter, su futuro y el futuro de todos nosotros.

¿Crisis u oportunidad?

Sabiendo que las realidades del Campo son tan símiles a la del herrero, nos preguntamos: ¿cómo es que no hay forja en los Páramos teniendo minas de carbón tan cerca? Un conocimiento tan antiguo y tan útil puede marcar la diferencia en comunidades de montaña. Algo había que hacer, y pronto: buscar la manera de llevar la forja a los pueblos de una manera ordenada y pedagógica pero a la vez práctica, y que, una vez terminado el curso, quedara instalado en la aldea un Taller Rural de Forja bien equipado y en pleno funcionamiento: con fragua, yunques, martillos, múltiples herramientas de mano y dotación continua de carbón mineral. De este modo podemos evitar que un caballo muera por falta de herraduras o que se pierda una cosecha por falta de herramientas.

En 2019, empujada por la crisis, La Caravana Escuela llegó a la aldea de Gavidia, a 3.350 msnm, con tres toneladas de herramientas y carbón, cuatro carpas-dormitorio, una carpa-cocina y una carpa-taller, y con una misión antigua y necesaria: enseñar a la gente a forjar sus herramientas con el acero que pudieran encontrar, con fraguas calentadas con carbón mineral a fuerza de pedal, dotándoles del conocimiento y de los implementos para forjar sus propias herramientas agrícolas. En pleno centro de la aldea, al cabo de una semana de clases intensivas, al cabo de doscientas horas de fraguas encendidas a 1.000 grados centígrados y cientos de nuevas herramientas la forja de hierro había vuelto para quedarse.

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